domingo, 8 de junio de 2008

María: La perspectiva y el tiempo

Jorge Isaacs

Gabriel García Márquez, un gran escritor colombiano, dijo que Jorge Isaacs "fue un extraordinario escritor, pero sobre todo un técnico sorprendente. Conocía a fondo el oficio." En su novela más conocida, María, Isaacs realiza algunos ideales de la literatura hispanoamericana en forma inigualada de fecha de publicación de María y que anticipa futuros logros de probada eficacia. En este ensayo, discutiré las técnicas usadas por Isaacs para hacer la novela María una obra maestra, y trataré de mostrar la manera efectiva en que Isaacs usa la voz narradora, los detalles y la manipulación del tiempo.

La novela María se presenta desde el punto de vista del narrador, Efraín, que cuenta los acontecimientos de su niñez. Según Franz Stanzel, en la historia podemos tener un "narrador mismo," que realmente es una voz narradora expresada en la primera persona que cuenta la historia de una manera retrospectiva. También Stanzel nota que la historia puede tener un "mismo experimentador," donde el narrador relaciona el cuento como lo vivió.(1) Las dos voces, la del narrador mismo y la del experimentador mismo, dan a los lectores una visión sujetiva porque vemos la historia retrospectiva y la manera en que fue vivida por Efraín.

Donald McGrady indica que "el elemento que determina la estructura de María es el acontecimiento entendido como el progresivo enamoramiento y la final frustración del romance de los protagonistas." (2) En descripciones detalladas, Efraín recuerda a María como una mujer noble e ideal. Él describe sus manos, cabello y manera de vestirse. La descripción que se hace de María es subjetiva porque proviene sólo de Efraín. La perspectiva de la primera persona, expresada por el narrador, contribuye a las otras técnicas, especialmente al detallismo de la historia y al tratamiento del tiempo.

Jorge Isaacs mantiene consistencia y tiene mucho cuidado con los detalles. Él quiere lograr una unidad estitística en su novela. Los detalles sirven para presentar escenas de un ambiente especial y para crear un mundo total en sí mismo.

Como con una cámera fotográfica, el autor trata de presentar los escenarios y los personajes. Por eso, toda la novela parece un álbum fotográfico que le permite a Efraín recordar los tiempos pasados. En este álbum, las descripciones nos dan imágenes bellas, como de la moda y de los lugares, pero también construyen la escena.

Con los personajes menore, tenemos retratos de la gente que dan una indicación de la influencia realista. Es probable que la mayoría de los personajes secundarios se basen en modelos vivos. En la introducción de la cuarta edición de María, Donald McGrady nos da un ejemplo del retrato del personaje secundario--el del amigo de Efraín, Carlos. Carlos tiene pensamientos materialistas sobre el matrimonio y así no es un personaje idealizado. Él también tiene costumbres de "cubrirse la cara con un pañuelo y de llevar paraguas para no quemarse al sol" parecen ridículos. Así pues, "estos toques muy humanos prestan apoyo a la tradición familiar de que este Carlos M... es una persona real." (3)

Hay descripciones exquisitas que han conquistado para los lectores la admiración por el valle de Colombia. Estas "descripciones poéticas de las montañas, los árboles, los ríos, las flores y los pájaros a distintas horas del día y a distinta luz, han contribuido a inmortalizar la geografía del Valle de Cauca y de la ruta fluvial desde Buenaventura." (4) Por ejemplo, Isaacs describe la selva y las pampas como un vidrio azulado con sus propios colores y su delicadeza.

El autor presenta este mundo como un paraíso, como "un monumento nacional en donde flotan los recuerdos de María, de Efraín y de Isaacs" (5) todos a la vez. Las descripciones del paisaje colombiano son sensibilizados por el romanticismo de Isaacs. Eso quiere decir que tenemos una visión de la naturaleza "con los atributos animadores que el romanticismo había traído a las letras." (6) El autor anima los ríos, el jardín, el bosque, las llanuras, los amaneceres, las tardes, las noches. El lector puede apreciar los momentos de amor, las diversiones y las angustias, sin perder las descripciones de los paisajes colombianos. La descripción de la naturaleza tiene un gran valor artístico y estético en sí misma. Isaacs, como el artista de una sinfonía pastoral, suprime los diálogos y nos da detalles del paisaje en el orden en que aparecen desde el primer amanecer hasta el último crepúsculo.

Todos los detalles le dan al lector un sentido de estar completamente rodeado por la novela, de ser parte de este nuevo mundo. Isaacs concluye la historia usando los detalles de la naturaleza otra vez. En esta parte, Efraín desaparece en la naturaleza colombiana-americana. Es una técnica magnífica que contribuye al bienestar de la historia. Otra técnica utilizada por Isaacs es el uso del tiempo y cómo éste influye en la manera en que Efraín está recordando su pasado en el Valle del Cauca con María.

Respecto al tiempo, hay una conjunción de momentos entre el presente de la narración y el tiempo pasado que recuerda. Con detalles líricos, reconstruye la lógica de los acontecimientos narrados que refuerzan el recuerdo. "Al crear una barrera de varios años entre los acontecimientos y la actualidad del narrador, permite que éste evoque su juventud con cierta ecuanimidad pero al mismo tiempo insiste mucho en el paso de las horas y de los días para franquear esa misma barrera." (7)

Hay interrupciones donde el narrador reacciona a los acontecimientos pasados en términos emocionales del presente. Por ejemplo, al principio de la novela, el autor interrumpió la descripción de la voz de María cons estas palabras: "¡Ay! ¡cuántas veces en mis sueños...y mis ojos han buscado en vano aquel huerto donde tan bella la vi en aquella mañana de agosto," (8) que Raymond Williams interpreta como "una reacción a la situación que él está describiendo." (9)

Isaacs utiliza el tiempo de varias maneras y lo presenta con ejemplos significativos: presenta los relojes, los días, los detalles sobre algunos meses y años. Con cuidad, mide el pasado y el futuro, mira hacia atrás y mira hacia adelante. Nosotros, como lectores, esperamos con anticipación lo que pasará en el futuro, porque ya hemos leído una recapitulación del pasado.

El presente, el pasado y el futuro pueden ser narrados en un tiempo a cualquier tiempo por Isaacs, porque él es objetivo en narrar cada uno. La manipulación del tiempo y la creación de un sistema total no permite la medida de tiempo en una concepción completamente lineal. Así, el presente se ve desde la perspectiva del pasado y es una proyección del futuro.

Isaacs manipula el tiempo para reforzar los eventos más importantes en la vida de Efraín. Efraín pasó varios meses en compañía de María, y tenemos bastantes descripciones de su relación amorosa, de la belleza de la mujer que él ama, y del tiempo que ellos pasaban juntos. En contraste, él pasó dos años estudiando en Londres, pero no se describen las experiencias en Europa. Esto quiere decir que en la percepción de él, vale más la relación com María y el tiempo sirve para darle énfasis y enfocar este punto.

Para Efraín, el tiempo es un rival de la felicidad porque es a causa del tiempo que la felicidad de los amantes está rota. La tragedia es que el tiempo sigue, el tiempo pasa sin parar y sin regresar. Isaacs nos sugiere que los momentos dichosos no permanecen; al contrario, es como si cada momento fuera contado. Con este idea, Efraín cree que el tiempo cesará de existir una vez que muera María.

Gabriel García Márquez ve en Isaacs un buen ejemplo de un autor que se concentró en desarrollar las técnicas de la novela. Un siglo después de la publicación de María, García Márquez imitó el estilo de Isaacs cuando escribió su obra maestra, Cien años de soledad. Un lector puede ver ciertos paralelos entre las dos novelas, como el tiempo circular y los detalles en la cración del mundo entero en sí mismo, como Macondo en la obra de García Márquez.

©1999 Adriana Bida

Notas

1. Stanzel, Franz, Narrative situation in the novel (Bloomington: Indiana University Press, 1971)

2. McGrady, Donald, Introducción a María, 4a ed. (Madrid: Ediciones Cátedra, 1995), p. 13.

3. McGrady, Donald, Introducción a María, 4a ed. (Madrid: Ediciones Cátedra, 1995), p. 26.

4. Menton, Seymour, La novela colombiana: planetas y satélites (Bogotá: Plaza y Janés, 1978).

5. Arciniegas, Germán, Genio y figura de Jorge Isaacs (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1967), p. 90.

6. Cedomil, Goic, Historia de la novela hispanoamericana, 2a ed. (Valparaíso: Ediciones Universitarias, 1980), p. 101.

7. Menton, Seymour, La novela colombiana: planetas y satélites (Bogotá: Plaza y Janés, 1978).

8. Isaacs, Jorge, María (Madrid: Ediciones Cátedra, 1995), p. 58.

9. Williams, Raymond L. The Colombian novel 1844-1987 (Austin: University of Texas Press, 1991), p. 153.


María, de Jorje Isaac (Versión completa para imprimir)

lunes, 19 de mayo de 2008

Tradiciones peruanas



Por Ricardo Palma (Miembro Correspondiente de las Reales Academias Española y de la Historia, y Director de la Biblioteca Nacional de Lima). Ver texto completo

Ortografía de Bello

La ortografía de Bello o chilena fue la norma para la ortografía del español desarrollada por el lingüista Andrés Bello junto con Juan García del Río, quien hizo oficial su propuesta en 1823.[1] Fue adoptado para su uso en la enseñanza y redacción de documentos oficiales a partir de 1844 en Chile y posteriormente en Argentina, Ecuador, Colombia, Nicaragua y Venezuela; perduró hasta 1927, cuando se abandonó en Chile.El principio básico del diseño de Bello es la correspondencia biunívoca entre los signos gráficos (grafemas) y el valor de los fonemas; si bien se afirma comúnmente que este es uno de los principios rectores de la ortografía que la Real Academia Española indica para el idioma castellano, en la versión académica existen numerosos homófonos (K, Q y C; S y C; G, J y X; B y V), así como letras que representan más de un sonido (C; G; X; R; Y) y otras mudas (H; U tras G o Q). De modo de adecuar paulatinamente las convenciones gráficas a la real fonología de la lengua, Bello propuso una reforma en dos etapas, las cuales consistirían[2] en:
Primera etapa
sustituir por J el sonido "fuerte" de la G (jeneral, jinebra);
sustituir por Z el sonido "débil" de la C (zerdo, zisma);
suprimir la H muda (ombre) y la U muda de QU- (qeso);
sustituir por I la Y con valor vocálico (rei, i);
escribir RR siempre que se pronuncie la vibrante múltiple (rrazón, alrrededor).
Segunda etapa
sustituir por Q el sonido "fuerte" de la C (qasa);
suprimir la U muda de GU- (gerra, ginda). De ese modo, el alfabeto español se reducía a 26 letras, cada una con un único valor fonémico: A (a), B (be), Ch (che), D (de), E (e), F (fe), G (gue), I (i), J (je), L (le), LL (lle), M (me), N (ne), Ñ (ñe), O (o), P (pe), Q (cu), R (ere), RR (erre), S (se), T (te), U (u), V (ve), X (exe), Y (ye), Z (ze)
La propuesta de 1844 (ortografía chilena) [editar]El 17 de octubre de 1843, siendo Bello rector de la Universidad de Chile, Domingo Faustino Sarmiento presentó un proyecto de reforma ortográfica ante la Facultad de Humanidades y Filosofía (Memoria sobre la ortografía americana):
Se propone en ella eliminar la h, k, v, z; escribir siempre se, si, en vez de ce, ci (consecuencia indudable del seseo hispanoamericano) y qe, qi, en vez de que, qui; sustituir la x por la cs; escribir rr en todos los casos; la y se considera consonante, en la conjunción i y los diptongos al final de palabra se escribe i (rei, mui)
Citado en Anna Mištinová, En torno a las reformas de la ortografía del español [2])El informe de la comisión de la Facultad del 19 de febrero de 1844 reconoció la necesidad de una reforma, pero discrepó de la radicalidad de la propuesta de Sarmiento. Estimando necesaria una modificación progresiva, propuso adoptar la ideas de Bello. El gobierno chileno hizo suya la recomendación, fijándolas como normas en la enseñanza y redacción de documentos oficiales. Esta versión de las reformas de Bello es la que se conoce como la ortografía chilena.La propuesta consistió en:[3]
sustituir por J el sonido "fuerte" de la G (jeneral, jinebra);
suprimir la H muda (ombre) y la U muda de QU- (qeso);
sustituir por I la Y con valor vocálico (rei, i);
escribir RR siempre que se pronuncie la vibrante múltiple (rrazón, alrrededor);
escribir, "con las letras de su orijen" "los nombres propios de países, personas, dignidades i empleados estranjeros que no se han adaptado a las inflecciones del castellano" (citado en Rosenblat, 1981). Sin embargo, finalmente sólo los siguientes rasgos se adoptaron de manera duradera:
sustituir por J el sonido "fuerte" de la G (jeneral, jinebra);
suprimir la H muda (ombre);
sustituir por I la Y con valor vocálico (rei, i);
escribir S por X ante consonantes (testo). Por decreto Nº 3.876 del 20 de julio de 1927 del presidente Carlos Ibáñez del Campo, la ortografía de Bello se suprimió, estableciéndose el uso de la norma de la RAE para la enseñanza y documentos oficiales con efecto a partir del 12 de octubre.El poeta y Premio Nobel español Juan Ramón Jiménez uso en su obra una ortografía semejante a la de Bello, ver ortografía de Juan Ramón Jiménez.[cita requerida]
Bibliografía [editar]
Bello, Andres y Juan Garcia del Río. (1823) 1826. Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar la ortografía en América. Biblioteca Americana (pags 50-66), Londres. Reempreso en El Repertorio Americano (octubre de 1826, pags. 27-41) [3]
Bello, Andrés.1827. Ortografía castellana, en El Repertorio Americano (abril de 1827, pags. 10-16). Londres [4]
Bello, Andrés. 1844. Ortografía, en El Araucano 10 y 24 de mayo de 1844, Santiago. [5]
Bello, Andrés. 1847. Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos [6]
Carbonell, José Antonio. 2007. Andres Bello en Babel, trabajo presentado en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española 2007. Cartagena de Indias. [7]
Contreras E, Lidia. 1993. Historia de las ideas ortográficas en Chile Centro de Investigaciones Barros Arana. Santiago.
Rosenblat, Ángel. 1981. Las ideas ortográficas de Bello, en Andrés Bello, Obras completas, t. V, La Casa de Bello, Caracas, 1981, pp. IX-CXXXVIII.
Rosenblat, Ángel. 2002. El español de América. Biblioteca Ayacucho, Caracas.
Notas y referencias
Un resumen sistematizado de la justificación fonética y ortográfica se encuentra desarrollado también en el Capítulo I Estructura material de las palabras de su obra Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847)

Silva a la agricultura de la zona tórrida

de Andrés Bello

¡Salve, fecunda zona,
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil el viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de suave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo,
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;
y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido,
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
el cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza,
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo,
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fió las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita,
o allá donde el magnate
entre armados satélites se mueve,
y de la moda, universal señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones muestra,
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda el paso,
y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
el lenguaje inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare;
aquí el vergel, allá la huerta ría...
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente...
¿Qué miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas ruinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,
y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan; monumento
de la lucha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas montaraces,
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza;
a la esperanza, que riendo enjuga.
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! no en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz, desvanecido llore;
intempestiva lluvia no maltrate
el delicado embrión; el diente impío
de insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
erguiese al cielo el hombre americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme;
y si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate
alborozado late,
y codicioso de poder o fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne al mérito la gloria.
De su trïunfo entonces, Patria mía,
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».

Obtenido de: http://es.wikisource.org/wiki/Silva_a_la_agricultura_de_la_zona_t%C3%B3rrida

lunes, 5 de mayo de 2008

Poemas de Sor Juana Inés de la Cruz

Detente SombraRedondillas
Finjamos Que Soy FelizPues Estoy Condenada
Esta Tarde Mi BienEstos Versos Lector Mío
Ya Que Para DespedirmeDime Vencedor Rapaz
Este Amoroso TormentoVerde Embeleso
Cogióme Sin Prevención

Homenaje a Sor Juana Inésde la Cruz

En su Tercer Centenario(1651-1695)
por Octavio Paz

En 1690 Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, publica la crítica de Sor Juana Inés al famoso sermón del jesuíta Antonio de Vieyra sobre "las finezas de Cristo". La Carta Athenagórica es, quizá, el único escrito teológico de Sor Juana. Al menos es el único que ha llegado hasta nosotros. Escrita por encargo y "con más repugnancia que otra cosa, así por ser de cosas sagradas, a quienes tengo reverente temor, como por parecer querer impugnar, a lo que tengo aversión natural", la Carta tuvo inmediata resonancia. Era insólito que una monja mexicana se atreviese a criticar, con tanto rigor como osadía intelectual, al célebre confesor de Cristina de Suecia. Pero si la crítica a Vieyra produjo asombro, la singular opinión de la poetisa acerca de los favores divinos debe haber turbado a aquellos mismos que la admiraban. Sor Juana sostenía que los mayores beneficios de Dios son negativos: "premiar es beneficio, castigar es beneficio y suspender los beneficios es el mayor beneficio y el no hacer finezas la mayor fineza". En una monja amante de la poesía y de la ciencia, más preocupada por el saber que por el salvarse, esta idea corría el riesgo de ser juzgada como algo más que una sutileza teológica. Al afirmar que las mayores finezas divinas son negativas, ¿no defendía indirectamente su afición al saber profano frente a todos los que la incitaban a dejar los estudios de la tierra por los del cielo? Considerar como favor la indiferencia divina significaba, por otra parte, extender la esfera del libre albedrío. El don más alto de Dios consistía en abandonar los hombres a su suerte.


El obispo de Puebla, editor y amigo de la monja, no oculta su desacuerdo. Con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, declara en la misiva que precede a la Carta Athenagórica: "Aunque la discreción de Vmd. las llama finezas (a los beneficios negativos), yo las tengo por castigos". Para un cristiano no hay vida fuera de la gracia. Ante las aficiones intelectuales de Sor Juana el prelado muestra incoformidad semejante: "no pretendo que Vmd. mude de genio, renunciando a los libros, sino que lo mejore leyendo el de Jesucristo... Lástima que un tan gran entendimiento de tal manera se abata a las raseras noticias de la Tierra que no desee penetrar lo que pasa en el Cielo; y ya que se humilla al suelo que no baje más abajo, considerando lo que pasa en el Infierno". La discusión teológica pasa a segundo plano. La carta del Obispo enfrenta a Sor Juana con el problema de su vocación y, más radicalmente, con el de la vida religiosa.


La Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es el último escrito de Sor Juana. Y, con el Primero Sueño, su obra más significativa. Autobiografía crítica, defensa de su derecho al saber y confesión de los límites de todo humano saber, este texto anuncia su final sumisión. Dos años después vende sus libros y se abandona a los poderes del silencio. Madura para la muerte, no escapa a la epidemia de 1695. Entre las pocas cosas que se encontraron en su celda figura un romance incompleto, "en reconocimiento a las inimitables plumas de la Europa que hicieron mayores sus obras con sus elogios". Temo que no sea posible comprender lo que nos dicen su obra y su vida si antes no asimos el sentido de esta renuncia a la palabra. Oír lo que nos dice su callar es algo más que una fórmula barroca de la comprensión. Pues si el silencio es "cosa negativa", no lo es el callar. El oficio propio del silencio es "decir nada", que no es lo mismo que nada decir. El silencio es indecible, expresión sonora de la nada. El callar es significante. Aún de "aquellas cosas que no se pueden decir es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no saber qué decir sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir". ¿Qué es lo que nos callan los últimos años de Sor Juana? Y eso que se calla, ¿pertenece al reino del silencio, esto es, de lo indecible, o al del callar, que habla por alusiones y signos?

La crisis de Sor Juana coincide con los trastornos y calamidades públicas que ensombrecieron el final del siglo XVII mexicano. No parece razonable pensar que lo primero sea efecto de lo segundo. El silencio de Sor Juana no puede explicarse por los tumultos de 1692. Esta clase de explicaciones lineales exigen siempre un tercer término, que a su vez necesita de otro. La cadena de las causas y efectos no tiene fin. Por otra parte, no es posible explicar la cultura por la historia --como si se tratase de órdenes diferentes: uno el mundo de los hechos, otro el de las obras. Los hechos son inseparables de las obras; el hombre se mueve en un mundo de obras. La cultura es historia. Y puede añadirse que lo propio de la historia es la cultura y que no hay más historia que la de la cultura: la de las obras de los hombres, la de los hombres en sus obras. Lo otro es el dominio de las ciencias de la naturaleza. Así, el silencio de Sor Juana y los tumultos de Nueva España son hechos históricos que no resultan inteligibles sino dentro de la historia de la cultura colonial. Otros hechos, de signo semejante, pueden ayudarnos a comprenderlos. En esos mismos años Sigüenza y Góngora, el hombre más sabio de Nueva España, modifica su actitud ante los indios. La reserva --sino la hostilidad-- substituye al antiguo interés. Es sabido que la tradición --entendida como pasado vivo-- nunca se nos da hecha: es una creación. Sigüenza es el primero que con plena conciencia intenta crear una tradición novohispana en la que el sepultado mundo indígena sea algo más que el coro de la acción española. La rebelión de los indios y el saqueo del Palacio Virreinal iluminaron con otra luz aquel pasado indígena que él fué uno de los primeros en admirar. La arqueología mostraba abismos semejantes a los que abría la especulación de Sor Juana. El saber se volvía peligroso. El mundo colonial había perdido de pronto su coherencia y los elementos que lo componían se revelaban bruscamente incompatibles e irreductibles.

En el orden histórico Nueva España había sido fundada como armónica y jerárquica convivencia de muchas razas y naciones, a la sombra de la monarquía austríaca: en el espiritual, sobre la identidad última entre razón y fe. La superioridad del catolicismo frente a las antiguas religiones residía en su carácter racional. Ser de razón equivalía a ser cristiano. Renunciar a la palabra racional, quemar la Audiencia --símbolo del Estado-- y negar a los indios, eran actos de significación parecida. En ellos la sociedad novohispana se expresa como negación. Y no frente a algo externo, sino ante sí misma. La Colonia se niega a sí misma, renuncia a ser. El poeta calla, el intelectual abdica, el pueblo se amotina. La crisis desemboca en el silencio y el cadalso. La historia colonial se revela como aventura sin salida. Todas las puertas se cierran, excepto la ultraterrena. Mas para traspasarla hay que negarse a sí mismo y morir.

El sentido de la crisis colonial puede falsearse si se cede a la tentación de considerarla como una profecía de la Independencia mexicana. Esto sería cierto si la Independencia americana hubiese sido solamente la extrema consecuencia de la disgregación del Imperio Español. Pero es algo más. Y, también, algo substancialmente distinto: una revolución, esto es, un cambiar el orden colonial por otro, un total empezar de nuevo la historia de América. Contrariamente a lo que dicen los historiadores, el mundo colonial no engendra al México independiente. Hay una ruptura y, tras ella, una superposición de principios e instituciones. Es verdad que muchos rasgos coloniales se prolongan hasta 1857 y aún hasta nuestros días, pero como inercia y obstinado sobrevivirse. Es decir, como hechos que han perdido sentido histórico. De allí que el siglo XIX se haya sentido ajeno al pasado colonial. Nadie se reconocía en la tradición novohispana porque, en efecto, esa tradición no era la de los liberales que hicieron la Independencia. Durante más de un siglo México ha vivido sin pasado.

Ahora nos encontramos ante una situación parecida a la del final del siglo XVII. La crisis actual es también crisis de los fundamentos del mundo, como en la época de Sor Juana. Resolver la crisis dentro de los supuestos de nuestra tradición, permitiría la reconquista del pasado colonial. Cerraríamos así la herida de la independencia. No quería otra cosa, después de todo, Sigüenza y Góngora: convertir la Conquista en un hecho americano. Mas si, como parece probable, somos incapaces de una creación que armonice los contrarios principios que nos desgarran, nuestra respuesta frente a la historia será la abdicación y el silencio. Y la sociedad que surja de esa renuncia, si alguna surge, no podrá reconocerse en nuestras obras, como los liberales no se reconocieron en las del mundo colonial.

El carácter extremo de nuestra crisis nos deja vislumbrar el sentido de la que paralizó al mundo colonial. Frente a la pluralidad de naciones que distinguía al mundo prehispánico, Nueva España se presenta como una construcción unitaria. Todos los pueblos y todos los hombres tenían cabida en ese orden universal. En los villancicos de Sor Juana una abigarrada multitud confiesa en nahuatl, latín y español una sola fe y una sola lealtad. El catolicismo colonial era tan universal como la monarquía y en su cielo, apenas disfrazados, cabían todos los viejos dioses y las antiguas mitologías. Gracias al bautismo los indios --abandonados por sus divinidades-- reanudan sus lazos con lo Sagrado y ocupan un lugar en este mundo y en el otro. El desarraigo se resuelve en superposición de creencias. Mas cuando llega el catolicismo a México es ya una religión hecha y a la defensiva. El apogeo de la religión católica en América coincide con la Contrarreforma en Europa. Lo que allá era ocaso, fué alba entre nosotros. Esta diferencia de un ritmo histórico --raíz de la crisis-- también es perceptible en otras órbitas, desde las económicas hasta las literarias. Apenas la originalidad de la nueva sociedad quiere expresarse, resultan insuficientes los principios que la habían fundado. Aquella universalidad era impuesta, no había crecido de dentro para afuera. Ni las Leyes de Indias bastaban, ni el pasado indígena tenía vigencia en la cultura colonial. Y el saber tradicional era incapaz de saciar la curiosidad de espíritus como Sor Juana Inés o Sigüenza y Góngora.

Sor Juana encarna la madurez de Nueva España. Y esa madurez se expresa en formas ya hechas y que impedían toda originalidad creadora. La obra poética de la monja es un excelente y personal muestrario de los estilos del XVI y XVII. A veces --como en su imitación de Jacinto Polo de Medina-- resulta superior a su modelo. Su teatro religioso sigue de cerca a Calderón y El Divino Narciso no es indigno de los autos del poeta español. Sólo en el Primer Sueño va más allá de su deliberado modelo y rebasa los límites de una escuela. Pero Juana Inés casi nunca escapa del estilo. Para expresarse realmente habría sido necesario romper aquellas formas que tan sutilmente la aprisionaban. Destruirlas exigía negarse a sí misma. El conflicto era insoluble porque la única salida implicaba la destrucción misma de los supuestos que fundaban al mundo colonial.

Si era imposible negar los principios sin negarse a sí misma, también lo era proponer otros. Ni la tradición ni la historia de Nueva España, podían ofrecer soluciones diferentes. Siglos más tarde se adoptaron otros principios, pero venían de fuera --de Francia-- y estaban destinados a fundar otra sociedad. A fines del siglo XVII el mundo colonial pierde la posibilidad de re-engendrarse. Los mismos principios que le habían dado el ser, lo ahogaban. Tal es el sentido de la renuncia en que termina la crisis de Nueva España.

Negar a este mundo y afirmar al otro era un acto que para Sor Juana no podía tener la misma significación que para los grandes espíritus de la Contrarreforma o para los evangelizadores de Nueva España. La renuncia a este mundo no implica, para Teresa o Ignacio, la dimisión o el silencio, sino un cambio de signo de este mundo: la historia, y con ella la acción humana, se abre a lo ultraterreno y adquiere así nueva fertilidad. La mística misma no era tanto un salir de este mundo como un insertar la vida en la historia sagada. El catolicismo militante, evangélico o reformador, impregna de sentido a la historia. La negación de este mundo se traduce finalmente en una afirmación de la acción histórica. La porción verdaderamente personal de la obra de Sor Juana, en cambio, no se abre a la acción o a la contemplación, sino al conocimiento. Un conocer que es un interrogar a este mundo, sin juzgarlo. Esta nueva especie de conocimiento era imposible dentro de los supuestos de su universo histórico. Durante más de veinte años Sor Juana se obstina. Y no cede sino cuando el muro se cierra definitivamente.

Si no se entiende su callar, no se podrá comprender lo que significan el Primer Sueño y la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Sin duda pesaron en su ánimo la actitud de su enérgico confesor y la velada o abierta oposición de todos los que la rodeaban. Es evidente, también, que los desórdenes sociales fortalecieron su decisión final. Pero la presión externa no lo explica todo. Dentro de ella misma el conflicto era radical: el saber es imposible, todo desemboca en el silencio. El conocimiento es un sueño. Su primero y único sueño. Cuando despierta, al final de su vida, calla. Su vigilia, lúcida y reticente, cierra el sueño dorado del virreinato. Así, la comprensión de su callar. las glorias deletreaentre los caracteres del estrago.

Gloria ambiguas. Todo en ella es ambivalente: vocación, alma, cuerpo y el silencio mismo. Niña aún, su familia la envía a la ciudad de México, con unos parientes. Su madre, viuda, se había vuelto a casar --hecho que no dejó de marcarla y que contribuye a explicar algunas de sus actitudes ante el mundo y los hombres--. A los trece años es dama de compañía de la Marquesa de Mancera, virreina de Nueva España. A través de la biografía del padre Calleja nos llegan los ecos de las fiestas y concursos en que Juana, niña prodigio, brillaba. Hermosa y sola, no le faltaron enamorados. Mas no quiso ser "pared blanca donde todos quieren echar borrón". Toma los hábitos porque "para la negación total que tenía al matrimonio era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir".

Ni la ausencia del amor terrestre ni la urgencia del divino la llevan al claustro. El convento es un expediente, una solución razonble, que le ofrece refugio y soledad. La celda es retiro, no cueva de ermitaño. Laboratorio, biblioteca, sala de música, allí se recibe y conversa, se leen versos, se discute, se oye buena música. Desde el convento participa en la vida intelectual y en la palaciega. Versifica sin cesar. Escribe comedias, villancicos, loas, tratados de música, reflexiones de moral. Entre el Palacio Virreinal y el convento hay un ir y venir de rimas y obsequios, parabienes, poemas burlescos, peticiones. Niña mimada, décima musa.

Buena parte de su obra está impregnada de un mexicanismo gracioso o melancólico. En sus villancicos surgen las "cláusulas tiernas del mexicano lenguaje" al lado del negro congolés y el habla rota del vizcaíno. Sor Juana usa con entera cociencia y hasta con cierta coquetería todas esas raras especias:

¿Qué mágicas infusionesde los indios herbolariosde mi patria, entre mis letrasel hechizo derramaron?

Sería un error de perspectiva histórica confundir la estética barroca --que abría las puertas al exotismo del Nuevo Mundo-- con una preocupación nacionalista cualquiera. Más bien se puede decir lo contrario. Pero si no tiene conciencia de la nacionalidad, si la tiene, y muy viva, de la universalidad del Imperio. Indios, criollos, mestizos, blancos y mulatos forman un todo. Su preocupación por las religiones precortesianas --visible en loa que precede a El Divino Narciso-- posee el mismo sentido. La función de la Iglesia no es diversa a la del imperio: conciliar los antagonismos, abrazar las diferencias en una verdad superior.

El amor es uno de los temas constantes de su poesía. Dicen que amó y fué amada. Ella misma así lo da a entender en liras y sonetos --aunque en la Respuesta advierte que todo lo que escribió, excepto el Primer Sueño, fué de encargo. Poco importa que esos amores hayan sido ajenos o propios, vividos o soñados. Ella los hizo suyos por gracia de la poesía. Su erotismo es intelectual, con lo que no quiero decir que carezca de profundidad o de autenticidad. Se complace, como todos los grandes enamorados, en la dialéctica de la pasión. Y también, sensual, en su retórica, que no es lo mismo que la pasión retórica de ciertas poetisas. Los hombres y mujeres de sus poemas son imágenes, sombras "labradas por la fantasía". Su platonismo no está exento de ardor. Siente a su cuerpo como una llama sin sexo:

Y yo sé que mi cuerposin que a uno u otro se inclinees neutro, o abstracto, cuantosólo el alma deposite.

La cuestión es quemante. Y así, la deja "para que otros la ventilen", pues no debe sutilizar en lo que está bien que se ignore.

Igualmente ambigua es su actitud ante el amor y, más precisamente, ante los otros cuerpos. Los hombres de sus sonetos y liras son siempre ausencia o desdén, sombras huidizas. Sus retratos de mujeres son espléndidos, señaladamente los de las Virreinas que la protegieron: la Marquesa de Mancera y la Condesa de Paredes. El romance decasílabo en esdrújulos que "pinta la proporción hermosa de la señora de Paredes" es una de las obras memorables de la poesía gongorina. No debe escandalizar esta pasión:

Ser mujer y estar ausenteno es de amarte impedimento,pues sabes tú que las almasdistancia ignoran y sexo.

En casi todas sus poesías amorosas --y también en aquellas que tratan de la amistad que profesa a Filis o a Lisis-- resuena el mismo razonamiento: "el amor puro, sin deseo de indecencias, puede sentir lo que el más profano". En uno de sus más hondos sonetos repite: aunque dejes burlado el lazo estrechoque tu forma fantástica ceñía,poco importa burlar brazos y pechossi te labra prisión mi fantasía.

Cierto, se enamora del cuerpo con el alma, más ¿quién podrá trazar las fronteras entre uno y otro? Para nosotros cuerpo y alma son lo mismo. Nuestra idea del cuerpo está teñido de espíritu y a la inversa. Sor Juana vive en un mundo basado en el dualismo de cuerpo y espíritu. Para ella el problema era de fácil resolución en la esfera de las ideas. Lo era menos en la de los sentimientos. Cuando muere la marquesa de Mancera, pregunta: ¿Bello compuesto en Laura dividido,alma inmortal, espíritu glorioso,¿por qué dejaste cuerpo tan hermoso?¿y para qué tal alma has despedido?

Sor Juana se mueve entre sombras: las de los cuerpos inasibles y las de las almas huidizas. Sólo, quizá, el amor divino es concreto y cierto. Pero Sor Juana no es un poeta místico. En sus poemas religiosos la Divinidad es abstracta. Dios es idea. Aun en donde sigue visiblemente a los místicos se resiste a confundir lo terreno y lo celeste. El amor divino es amor racional. En él se funden razón e inclinación. Para ella -como para toda su época-- era cada vez más difícil sentir ese acuerdo superior entre razón y fe como algo más que una idea.

Su gran amor no fueron estos amores. Desde niña se inclina por las letras. Adolescente, concibe el proyecto de vestirse de hombre y concurrir a la Universidad. Resignada a ser autodidacta se queja: "Cuán duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva del maestro". Y añade que todos los trabajos "los sufría por amor a las letras; oh, si hubiese sido por amor de Dios, que era lo acertado, cuánto hubiera merecido!" Cierto o fingido, este lamento es una confesión: el conocimiento que busca no es el que está en los libros sagrados. O, al menos, no está en ellos exclusivamente. Si la Teología es "la reina de las ciencias", ella se demora en sus aledaños: física y lógica, retórica y derecho. Su curiosidad no es la del especialista. Aspira a la integración de las verdades particulares e insiste en la unidad del saber. La variedad no daña a la comprensión general, antes la exige; todas las ciencias se corresponden: "es la cadena que fingieron los antiguos que salía de la boca de Júpiter, de donde pendían todas las cosas, eslabonadas unas con otras".

Es impresionante su interés por la ciencia. En los versos barrocos del Primer Sueño describe, con encantadora pedantería, las funciones alimenticias, los fenómenos del sueño y de la fantasía, el valor curativo de ciertos venenos, las pirámides egipcias, la linterna mágica que
representa fingidasen la blanca pared varias figurasde la sombra no menos ayudadaque de la luz que en trémulos reflejos...

Todo se mezcla: teología y ciencia, retórica barroca y real asombro ante el universo. Su actitud es insólita en la tradición hispánica. Para los grandes españoles el saber se resuelve en acción o en negación del mundo. Para Sor Juana el mundo es problema. Todo le da ocasión de aguzar preguntas, todo ella se aguza en pregunta. El universo es un vasto laberinto, dentro del cual el alma no acierta a encontrar el desenlace, "sirtes tocando de imposibles en cuantos intenta rumbos seguir". Nada más alejado de este laberinto de hipótesis que la imagen del mundo que nos han dejado los clásicos españoles. En ellos ciencia y acción se confunden. Saber es obrar. Y todo obrar, como todo saber, está referido al más allá. El sabio es hechicero, asceta o santo. Dentro de esta tradición el saber desinteresado parece blasfemia o locura.

La Iglesia no juzgó a Sor Juana loca o blasfema, pero sí lamentó su extravío. En la Respuesta nos relata que "la mortificaron y atormentaron con aquél: no conviene a la santa ignorancia este estudio; se ha de perder, se ha de desvanecer en tanta altura con su misma perspicacia y agudeza". Doble soledad: la de la conciencia y la de la mujer. Una Superiora --"muy santa y muy cándida, que creyó que el estudio era cosa de la Inquisición"-- le manda que no estudie. Su confesor aprieta el cerco y durante dos años la priva de auxilios espirituales. Era difícil resistir a tanta presión contraria, como antes lo había sido no marearse con los halagos de la Corte. Sor Juana persiste. Apoyándose en los textos de los Padres de la Iglesia, defiende su derecho --y el de todas las mujeres-- al conocimiento. Y no sólo al saber, también a la enseñanza: "¿qué inconveniente tiene que una anciana tenga a su cargo la educación de las doncellas?"

Versátil, atraída por mil cosas a la vez, se defiende estudiando y estudiando se repliega. Si le quitan los libros, le queda el pensamiento que consume más en un cuarto de hora que los textos en cuatro años. Ni el sueño se libra "de este continuo movimiento de mi imaginativa, antes suele obrar en él más libre y desembarazada... arguyendo y haciendo versos de que pudiera hacer un catálogo muy grande". Confesión preciosa entre todas y que nos da la clave de su poema capital: el sueño es una más larga y lúcida vigilia. Soñar es conocer. Frente al saber diurno se erige otro --necesariamente rebelde, fuera de la ley y sujeto a un castigo que, más que atemorizar al espíritu, lo estimula. Es ocioso subrayar hasta qué punto la concepción que preside el Primer Sueño coincide con las preocupaciones de la poesía moderna.

Debemos la mejor y más clara descripción del asunto de Primer Sueño al Padre Calleja: "Siendo de noche, me dormí; soñé que de una vez quería comprender todas las cosas de que el universo se compone; no puede, ni aún divisar por categorías, ni aún sólo un individuo. Desengañada, amaneció; y desperté". Sor Juana indica que escribió el poema como deliberada imitación de las Soledades. La sintaxis, en efecto, es gongorina. Mas el Sueño es el poema del asombro nocturno, en tanto que el de Góngora, Luzbel resplandeciente, es el del mediodía. Tras las imágenes de Góngora, no hay nada, porque su mundo es eso: pura imagen, esplendor de la apariencia. El universo de Sor Juana --nada rico en colores, abundante en sombras, abismos y claridades súbitas-- es un laberinto de símbolos, un delirio racional. Primer Sueño es el poema del conocimiento. Esto lo distingue de la poesía gongorina y, más totalmente, de toda la poesía barroca. Esto mismo lo enlaza, inesperadamente, a la poesía alemana romántica y, por ella, a la de nuestro tiempo.

En algunos pasajes el verso barroco se resiste al inusitado ejercicio de transcribir en imágenes conceptos y fórmulas abstractas. El lenguaje se vuelve abrupto y pedantesco. En otros, los mejores y más intensos, la expresión es vertiginosa a fuerza de lucidez. Sor Juana crea un paisaje abstracto y alucinante, hecho de conos, obeliscos, pirámides, precipicios geométricos y picos agresivos. Su mundo participa de la mecánica y del mito. La esfera y el triángulo rigen su cielo vacío. Poesía de la ciencia, pero también del terror nocturno. Todo duerme, vencido por la noche: el rey y el ladrón, los amantes y el solitario. Yace el cuerpo, entregado a sí mismo. Vida disminuída del cuerpo, vida desmesurada del espíritu, libre de su peso corporal. Los alimentos, transformados en calor, engendran sensaciones que la fantasía convierte en imágenes. En lo alto de su pirámide --formada por todas las potencias del espíritu: memoria e imaginación, juicio y fantasía-- el alma contempla los fantasmas del mundo y sobre todo esas figuras de la mente, "que intelectuales claras son estrellas" de su cielo interior. En ellas el alma se recrea en sí misma. Se desprende de esta contemplación y despliega la mirada por todo lo creado. La diversidad del mundo la deslumbra y acaba por cegarla. Aguila intelectual, el alma se despeña "en las neutralidades de un mar de asombros". La caída no la aniquila. Incapaz de volar, trepa.

Penosamente, paso a paso, sube la pirámide. Divide al mundo en categorías, escalas del conocimiento. El método debe reparar el "defecto de no poder conocer con un acto intuitivo todo lo creado". El poema describe la marcha del pensamiento, espiral que asciende desde lo inanimado hasta el hombre y su símbolo: el triángulo, figura en la que convergen lo animal y lo divino. El hombre es el lugar de cita de la creación, el punto más alto de tensión de la vida, siempre entre dos abismos: "altiva bajeza... a merced de amorosa unión".

El método no remedia las carencias del espíritu. El entendimiento no puede discernir los enlaces que unen lo inanimado a lo animado, el vegetal al animal, el animal al hombre. Ni siquiera le es dable penetrar en los fenómenos más simples. Los individuos son tan irreductibles como las especies. Sabemos oscuramente que la inmensa variedad de la creación se resuelve en una ley, mas esa ley es inasible. El alma vacila. Acaso sea mejor retroceder. Surgen ejemplos de otras derrotas. Ellas demuestran al ánimo que otras almas no dudaron en eternizar su nombre en su ruina". El poema se puebla de imágenes prometeicas. El acto de conocer, no el conocimiento mismo, es el premio del combate. El alma despeñada se afirma. Haciendo "halago de su terror" se reapresta a elegir nuevos rumbos. En ese instante el cuerpo, ayuno de alimentos, reclama lo suyo. Brota el sol. Las imágenes se disuelven. El conocimiento es un sueño.

La victoria del sol es parcial y cíclica. Triunfa en medio mundo, es vencido en el otro medio. La noche rebelde, "en su mismo despeño recobrada", erige su imperio en los territorios que el sol desampara. Allí otras almas sueñan el sueño de Sor Juana. El universo que nos revela el poema es ambivalente: la vigilia es el sueño; la derrota de la noche, su victoria. El sueño del conocimiento es: el conocimiento es sueño. Cada afirmación lleva en sí una negación. Todo es su contrario.

La noche de Sor Juana no es la noche carnal de los amantes, ni la de los místicos. Altiva noche construída a pulso, sobre el vacío. Geometría rigurosa, obelisco taciturno, todo fija tensión hacia los cielos. Ese impulso vertical es lo único que recuerda a otras noches de la mística española. Mas los místicos son como aspirados por las fuerzas celestes, según se ve en ciertos cuadros de El Greco. En el Primer Sueño el cielo se cierra. Las alturas son hostiles al vuelo. Silencio frente al hombre. El ansia de conocer es ilícita y rebelde el alma que sueña el conocimiento. Soledad nocturna de la conciencia. Sequía, vértigo, jadeo. Pero no todo es adverso. El hombre se afirma en sí mismo: saber es sueño, mas ese sueño es todo lo que sabemos de nosotros y en él reside nuestra grandeza. Juego de espejos en el que el alma se pierde cada vez que se alcanza y se gana cada vez que se pierde. La emoción del poema brota de la conciencia de esta ambigüedad. La noche vertiginosa y cíclica de Sor Juana nos revela de pronto su centro fijo: Primer Sueño no es el poema del conocimiento, sino del acto de conocer. El poeta trasmuta sus fatalidades históricas y personales. Una vez más la poesía se alimenta de historia y biografía. Una vez más las trasciende.

París, 20 de octubre de 1951.
[Sur No. 206 (Diciembre de 1951): 29-40.]

Biografía de Sor Juana Inés de la Cruz


Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, nació en 12 de noviembre de 1651 en San Miguel de Nepantla, Amecameca. Fue hija de padre vasco y madre mexicana. Tocóle en suerte vivir una época en que la literatura nacional era copia, más o menos fiel, de la española; culteranisrno, estilo que se agudiza en gongorismo; y la tendencia de los escritores de ese tiempo a escribir únicamente en verso, la cual, por la estilización que preferían, cuajaba en composiciones que constituían verdaderos logogríficos del intelecto: se vestía a la idea con un ropaje enfarragoso, para luego gozar en desnudarla. Al respecto ha dicho un autor que "en tal época hablar claro era un pecado".

La producción de Sor Juana en su gran mayoría poética, con todo y ser presa de la misma afectación, por su sinceridad y fuerza alcanza tonos desconocidos de sus contemporáneos, en grado tal, que hay quienes piensan que ella, y Juan Ruiz de Alarcón, integran "la mayor gloria de México virreinal"; más aún: que únicamente por Sor Juana se salva la literatura del siglo XVII, que era cultivada por "poetas sin condiciones de cultura ni talento".

Su genio manifestóse bien temprano, pues a los tres de edad ardía ya en deseos de saber leer y escribir; a los ocho compuso una loa al Santísimo Sacramento, y a los diecisiete, ya cumplidos aún, domina --dice Kart Vossler-- "el difícil estilo culterano y está igualmente bien versada en todos los géneros y métricas de la literatura española". Bastáronle veinte lecciones, que le dictó en bachiller Martín de Olivas, para dominar el latín con absoluta maestría. Su cultura, enciclopédica, era vastísima. Religiosa desde las dieciséis años (inicialmente en el Convento de Santa Teresa la Antigua y posteriormente en el de San Gerónimo) en el claustro vio cristalizar la mayor parte de su obra, no obstante lo cual buena parte de ella tiene como motivos asuntos profanos. Tuvo a su cargo la Tesorería del Convento y declinó dos veces el puesto de Abadesa, que le fue ofrecido.

Antes de profesar, fue dama de la esposa del virrey Mancera. En plena madurez literaria, criticó al P. Vieyra, portugués de origen, jesuita, un sermón, y lo impugnó sosteniendo lo relativo a los límites entre lo humano y lo divino, entre el amor de Dios y el de los hombres, lo que dio motivo a que el Obispo de Puebla, D. Manuel Fernández de Santa Cruz (Sor Filotea), le escribiera pidiéndole que se alejara de las letras profanas y se dedicara por entero a la religión. Sor Juana se defendió en una larga misiva autobiográfica, en la cual abogó por los derechos culturales de la mujer y afirmó su derecho a criticar y a impugnar el tal sermón. No obstante, obedeció, y al efecto entregó para su venta los cuatro mil volúmenes de su biblioteca ("quita pesares", como la llamaba), sus útiles científicos y sus instrumentos musicales, para dedicar el producto de ellos a fines piadosos. Cuatro años mas tarde, atendiendo a sus hermanas enfermas de fiebre, se contagió y murió el 17 de abril de 1695.

Las obras de Sor Juana no se han editado completas. Algunas piezas: Los Empeños de una Casa, Sonetos, Poesías Escogidas, Autos Sacramentales, etc., etc. Han circulado intermitentemente, aisladas del grueso de su producción, algunas otras se han perdido.

Un Compendio de Armonía Musical. "El Caracol". Su obra no tiene exclusivamente reflejos gongorinos, pues particularmente a su teatro se le señalan notables influencias del dramaturgo Calderón de la Barca, y aún de Moreto.
De ella ha dicho Marcelino Menéndez y Pelayo "No se juzgue a Sor Juana por sus símbolos y jeroglíficos, por su Neptuno Alegórico...

Por los innumerables rasgos de poesía trivial y casera de que están llenos los romances décimas con que amenizaba los saraos de los virreyes Marqués de Mancera y Conde de Paredes. Todo esto no es más que un curioso documento para la historia de las costumbres coloniales y un claro testimonio de cómo la tiranía del medio ambiente puede llegar a pervertir las naturalezas más privilegiadas"... "lo que más interesa en sus obras es el rarísimo fenómeno psicológico que ofrece la persona de su autora"... "hay acentos de sus versos que no pueden venir de la imitación literaria"... "los versos de amor profano de Sor Juana son de los más suaves y delicados que han salido de pluma de mujer".

Ha pasado a la Historia con los significativos nombres con que la critica la ha bautizado: 'La Décima Musa", "Fénix de México" y "La Monja Mexicana".
Tomado de: Armas y Letras. Año I Núm. 4. Abril de 1944

Antología del ensayo


Alfonso Reyes

"Notas sobre la inteligencia americana"

1. Mis observaciones se limitan a lo que se llama la América Latina. La necesidad de abreviar me obliga a ser ligero, confuso y exagerado hasta la caricatura. Sólo me corresponde provocar o desatar una conversación, sin pretender agotar el planteo de los problemas que se me ofrecen, y mucho menos aportar soluciones. Tengo la impresión de que, con el pretexto de América, no hago más que rozar al paso algunos temas universales.

2. Hablar de civilización americana sería, en el caso, inoportuno; ello nos conduciría hacia las regiones arqueológicas que caen fuera de nuestro asunto. Hablar de cultura americana sería algo equívoco; ello nos haría pensar solamente en una rama del árbol de Europa trasplantada al suelo americano. En cambio, podemos hablar de la inteligencia americana, su visión de la vida y su acción en la vida. Esto nos permitirá definir, aunque sea provisionalmente, el matiz de América.

3. Nuestro drama tiene un escenario, un coro y un personaje. Por escenario no quiero ahora entender un espacio, sino más bien un tiempo, un tiempo en el sentido casi musical de la palabra: un compás, un ritmo. Llegada tarde al banquete de la civilización europea, América vive saltando etapas, apresurando el paso y corriendo de una forma en otra, sin haber dado tiempo a que madure del todo la forma precedente. A veces, el salto es osado y la nueva forma tiene el aire de un alimento retirado del fuego antes de alcanzar su plena cocción. La tradición ha pesado menos, y esto explica la audacia. Pero falta todavía saber si el ritmo europeo—que procuramos alcanzar a grandes zancadas, no pudiendo emparejarlo a su paso medio—, es el único "tempo" histórico posible, y nadie ha demostrado todavía que una cierta aceleración del proceso sea contra natura. Tal es el secreto de nuestra historia, de nuestra política, de nuestra vida, presididas por una consigna de improvisación. El coro: las poblaciones americanas se reclutan, principalmente, entre los antiguos elementos autóctonos, las masas ibéricas de conquistadores, misioneros y colonos, y las ulteriores aportaciones de inmigrantes europeos en general. Hay choques de sangres, problemas de mestizaje, esfuerzos de adaptación y absorción. Según las regiones, domina el tinte indio, el ibérico, el gris del mestizo, el blanco de la inmigración europea general, y aun las vastas manchas del africano traído en otros siglos a nuestro suelo por las antiguas administraciones coloniales. La gama admite todos los tonos. La laboriosa entraña de América va poco a poco mezclando esta sustancia heterogénea, y hoy por hoy, existe ya una humanidad americana característica, existe un espíritu americano. El actor o personaje, para nuestro argumento, viene aquí a ser la inteligencia.

4. La inteligencia americana va operando sobre una serie de disyuntivas. Cincuenta años después de la conquista española, es decir a primera generación, encontramos ya en México un modo de ser americano; bajo las influencias del nuevo ambiente, la nueva instalación económica, los roces con la sensibilidad del indio y el instinto de propiedad que nace de la ocupación anterior, aparece entre los mismos españoles de México un sentimiento de aristocracia indiana, que se entiende ya muy mal con el impulso arribista de los españoles recién venidos. Abundan al efecto los testimonios literarios, ya en la poesía satírica y popular de la época, ya en las observaciones sutiles de los sabios peninsulares, como Juan de Cárdenas (médico español radicado en México). La critica literaria ha centrado este fenómeno, como en su foco luminoso, en la figura del dramaturgo mexicano don Juan Ruiz de Alarcón, quien a través de Corneille—que la pasó a Molière—tuvo la suerte de influir en la fórmula del moderno teatro de costumbres de Francia. Y lo que digo de México, por serme más familiar y conocido, podría decirse en mayor o menor grado del resto de nuestra América. En este resquemor incipiente latía ya el anhelo secular de las independencias americanas. Segunda disyuntiva: no bien se logran las independencias, cuando aparece el inevitable conflicto entre americanistas e hispanistas, entre los que cargan el acento en la nueva realidad, y los que lo cargan en la antigua tradición. Sarmiento es, sobre todo, americanista. Bello es, sobre todo, hispanista. En México se recuerda cierta polémica entre el indio Ignacio Ramírez y el español Emilio Castelar que gira en torno a iguales motivos. Esta polémica muchas veces se tradujo en un duelo entre liberales y conservadores. La emancipación era tan reciente que ni el padre ni el hijo sabían todavía conllevarla de buen entendimiento. Tercera disyuntiva: un polo está en Europa y otro en los Estados Unidos. De ambos recibimos inspiraciones. Nuestras utopías constitucionales combinan la filosofía política de Francia con el federalismo presidencial de los Estados Unidos. Las sirenas de Europa y las de Norteamérica cantan a la vez para nosotros. De un modo general, la inteligencia de nuestra América (sin negar por ello afinidades con las individualidades más selectas de la otra América), parece que encuentra en Europa una visión de lo humano más universal, más básica, más conforme con su propio sentir. Aparte de recelos históricos, por suerte cada vez menos justificados y que no se deben tocar aquí, no nos es simpática la tendencia hacia las segregaciones étnicas. Para no salir del mundo sajón, nos contenta la naturalidad con que un Chesterton, un Bernard Shaw, contemplan a los pueblos de todos los climas, concediéndoles igual autenticidad humana. Lo mismo hace Gide en el Congo. No nos agrada considerar a ningún tipo humano como mera curiosidad o caso exótico divertido, porque ésta no es la base de la verdadera simpatía moral. Ya los primeros mentores de nuestra América, los misioneros, corderos de corazón de león, gente de terrible independencia, abrazaban con amor a los indios, prometiéndoles el mismo cielo que a ellos les era prometido. Ya los primeros conquistadores fundaban la igualdad en sus arrebatos de mestizaje; así, en las Antillas, Miguel Díaz y su Cacica, a quienes encontramos en las páginas de Juan de Castellanos; así aquel soldado, un tal Guerrero, que sin este rasgo sería oscuro, el cual se negó a seguir a los españoles de Cortés, porque estaba bien hallado entre indios y, como en el viejo romance español, "tenía mujer hermosa e hijos como una flor". Así, en el Brasil, los célebres João Ramalho y el Caramurú, que fascinaron a las indias de San Vicente y de Bahía. El mismo conquistador Cortés entra en el secreto de su conquista al descansar sobre el seno de Doña Marina; acaso allí aprende a enamorarse de su presa como nunca supieron hacerlo otros capitanes de corazón más frío (el César de las Galias), y empieza a dar albergue en su alma a ciertas ambiciones de autonomismo que, a puerta cerrada y en familia, había de comunicar a sus hijos, más tarde atormentados por conspirar contra la metrópoli española. La Iberia Imperial, más que administrarnos, no hacía otra cosa que irse desangrando sobre América. Por acá, en nuestras tierras, así seguimos considerando la vida, en sangría abierta y generosa.

5. Tales son el escenario, el coro, el personaje. He dicho las principales disyuntivas de la conducta. Hablé de cierta consigna de improvisación, y tengo ahora que explicarme. La inteligencia americana es necesariamente menos especializada que la europea. Nuestra estructura social así lo requiere. El escritor tiene aquí mayor vinculación social, desempeña generalmente varios oficios, raro es que logre ser un escritor puro, es casi siempre un escritor "más" otra cosa u otras cosas. Tal situación ofrece ventajas y desventajas. Las desventajas: llamada a la acción, la inteligencia descubre que el orden de la acción es el orden de la transacción, y en esto hay sufrimiento. Estorbada por las continuas urgencias, la producción intelectual es esporádica, la mente anda distraída. Las ventajas resultan de la misma condición del mundo contemporáneo. En la crisis, en el vuelco que a todos nos sacude hoy en día y que necesita del esfuerzo de todos, y singularmente de la inteligencia (a menos que nos resignáramos a dejar que sólo la ignorancia y la desesperación concurran a trazar los nuevos cuadros humanos), la inteligencia americana está más avezada al aire de la calle; entre nosotros no hay, no puede haber torres de marfil. Esta nueva disyuntiva de ventajas v desventajas admite también una síntesis, un equilibrio que se resuelve en una peculiar manera de entender el trabajo intelectual como servicio público y como deber civilizador. Naturalmente que esto no anula, por fortuna, las posibilidades del paréntesis, del lujo del ocio literario puro, fuente en la que hay que volver a bañarse con una saludable frecuencia. Mientras que, en Europa, el paréntesis pudo ser lo normal. Nace el escritor europeo en el piso más alto de la Torre Eiffel. Un esfuerzo de pocos metros y ya campea sobre las cimas mentales. Nace el escritor americano como en la región del fuego central. Después de un colosal esfuerzo, en que muchas veces le ayuda una vitalidad exacerbada que casi se parece al genio, apenas logra asomarse a la sobrehaz de la tierra. Oh, colegas de Europa: bajo tal o cual mediocre americano se esconde a menudo un almacén de virtudes que merece ciertamente vuestra simpatía y vuestro estudio. Estimadlo, si os place, bajo el ángulo de aquella profesión superior a todas las otras que decían Guyau y José Enrique Rodó: la profesión general de hombre. Bajo esta luz, no hay riesgo de que la ciencia se desvincule de los conjuntos, enfrascada en sus conquistas aisladas de un milímetro por un lado y otro milímetro por otro, peligro cuyas consecuencias tan lúcidamente nos describía Jules Romains en su discurso inaugural del PEN Club. En este peculiar matiz americano tampoco hay amenaza de desvinculaciones con respecto a Europa. Muy al contrario, presiento que la inteligencia americana está llamada a desempeñar la más noble función complementaria: la de ir estableciendo síntesis, aunque sean necesariamente provisionales; la de ir aplicando prontamente los resultados, verificando el valor de la teoría en la carne viva de la acción. Por este camino, si la economía de Europa ya necesita de nosotros, también acabará por necesitarnos la misma inteligencia de Europa.

6. Para esta hermosa armonía que preveo, la inteligencia americana aporta una facilidad singular, porque nuestra mentalidad, a la vez que tan arraigada a nuestras tierras como ya lo he dicho, es naturalmente internacionalista. Esto se explica, no sólo porque nuestra América ofrezca condiciones para ser el crisol de aquella futura "raza cósmica" que Vasconcelos ha soñado, sino también porque hemos tenido que ir a buscar nuestros instrumentos culturales en los grandes centros europeos, acostumbrándonos así a manejar las nociones extranjeras como si fueran cosa propia. En tanto que el europeo no ha necesitado de asomarse a América para construir su sistema del mundo, el americano estudia, conoce y practica a Europa desde la escuela primaria. De aquí una pintoresca consecuencia que señalo sin vanidad ni encono: en la balanza de los errores de detalle o incomprensiones parciales de los libros europeos que tratan de América y de los libros americanos que tratan de Europa, el saldo nos es favorable. Entre los escritores americanos es ya un secreto profesional el que la literatura europea equivoque frecuentemente las citas en nuestra lengua, la ortografía de nuestros nombres, nuestra geografía, etc. Nuestro nacionalismo connatural, apoyado felizmente en la hermandad histórica que a tantas repúblicas nos une, determina en la inteligencia americana una innegable inclinación pacifista. Ella atraviesa y vence cada vez con mano más experta los conflictos armados y, en el orden internacional, se deja sentir hasta entre los grupos más contaminados por cierta belicosidad política a la moda. Ella facilitará el gracioso injerto con el idealismo pacifista que inspira a las más altas mentalidades norteamericanas. Nuestra América debe vivir como si se preparase siempre a realizar el sueño que su descubrimiento provocó entre los pensadores de Europa: el sueño de la utopía, de la república feliz, que prestaba singular calor a las páginas de Montaigne, cuando se acercaba a contemplar las sorpresas y las maravillas del nuevo mundo.

7. En las nuevas literaturas americanas es bien perceptible un empeño de autoctonismo que merece todo nuestro respeto, sobre todo cuando no se queda en el fácil rasgo del color local, sino que procura echar la sonda hasta el seno de las realidades psicológicas. Este ardor de pubertad rectifica aquella tristeza hereditaria, aquella mala conciencia con que nuestros mayores contemplaban el mundo, sintiéndose hijos del gran pecado original, de la capitis diminutio de ser americanos. Me permito aprovechar aquí unas paginas que escribí hace seis años:
La inmediata generación que nos precede, todavía se creía nacida dentro de la cárcel de varias fatalidades concéntricas. Los más pesimistas sentían así: en primer lugar, la primera gran fatalidad, que consistía desde luego en ser humanos, conforme a la sentencia del antiguo Sileno recogida por Calderón:

Porque el delito mayor del hombre es haber nacido.

Dentro de éste, venía el segundo círculo, que consistía en haber llegado muy tarde a un mundo viejo. Aún no se apagaban los ecos de aquel romanticismo que el cubano Juan Clemente Zenea compendia en dos versos:

Mis tiempos son los de la antigua Roma, y mis hermanos con la Grecia han muerto.
En el mundo de nuestras letras, un anacronismo sentimental dominaba a la gente media. Era el tercer círculo, encima de las desgracias de ser humano y ser moderno, la muy específica de ser americano; es decir, nacido y arraigado en un suelo que no era el foco actual de la civilización, sino una sucursal del mundo. Para usar una palabra de nuestra Victoria Ocampo, los abuelos se sentían "propietarios de un alma sin pasaporte". Y ya que se era americano, otro handicap en la carrera de la vida era el ser latino o, en suma, de formación cultural latina. Era la época del A quoi tient 1a supériorité des Anglo-Saxons? Era la época de la sumisión al presente estado de las cosas, sin esperanzas de cambio definitivo ni fe en la redención. Solo se oían las arengas de Rodó, nobles y candorosas. Ya que se pertenecía al orbe latino, nueva fatalidad dentro de él pertenecer al orbe hispánico. El viejo león hacía tiempo que andaba decaído. España parecía estar de vuelta de sus anteriores grandezas, escéptica y desvalida. Se había puesto el sol en sus dominios. Y, para colmo, el hispanoamericano no se entendía con España, como sucedía hasta hace poco, hasta antes del presente dolor de España, que a todos nos hiere. Dentro del mundo hispánico, todavía veníamos a ser dialecto, derivación, cosa secundaria, sucursal otra vez: lo hispano-americano, nombre que se ata con guioncito como con cadena. Dentro de lo hispanoamericano, los que me quedan cerca todavía se lamentaban de haber nacido en la zona cargada de indio: el indio, entones, era un fardo, y no todavía un altivo deber y una fuerte esperanza. Dentro de esta región, los que todavía más cerca me quedan tenían motivos para afligirse de haber nacido en la temerosa vecindad de una nación pujante y pletórica, sentimiento ahora transformado en el inapreciable honor de representar el frente de una raza. De todos estos fantasmas que el viento se ha ido llevando o la luz del día ha ido redibujando hasta convertirlos, cuando menos, en realidades aceptables, algo queda todavía por los rincones de América, y hay que perseguirlo abriendo las ventanas de par en par y llamando a la superstición por su nombre, que es la manera de ahuyentarla. Pero, en sustancia, todo ello está ya rectificado.

8. Sentadas las anteriores premisas y tras este examen de causa, me atrevo a asumir un estilo de alegato jurídico. Hace tiempo que entre España y nosotros existe un sentimiento de nivelación y de igualdad. Y ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que me escucha: reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros.

(Sur, Buenos Aires, septiembre de 1936)

sábado, 19 de abril de 2008

Biografía de Fray Bartolomé de las Casas

Adital. Brasil, abril del 2002.
Nació en Sevilla el año 1484. Estudio en Salamanca y recién graduado de abogado, vino a América junto con su padre, llegando el 15 de abril de 1502 a La Española. Venía, como la mayoría, motivado por el espíritu aventurero y el ansia de riqueza. Durante 8 años tomó parte en la guerra contra los indios y los empleó para explotar la tierra. Fue encomendero, pues.

Después de un corto regreso a Europa, como tenía ya los estudios necesarios, se le concedió ser ordenado sacerdote (diocesano), el primero en el Nuevo Mundo (1507). En 1510 llegan los primeros dominicos, liderados por fr. Pedro de Córdoba. Bartolomé hizo algún tiempo de intérprete para su predicación a los indios. Fr. Antonio de Montesinos predica el famoso sermón del 1er. domingo de Adviento, en el que pregunta: "Y éstos no son personas...?", lo cual le impacta tremendamente, aunque no estaba de acuerdo con su doctrina.

Pasó a Cuba como capellán del ejército y recibió nuevos indios y tierras, a los que trató siempre con bondad, pero vio que los demás no eran así, sino que los hombres perecían en las minas, las mujeres eran abusadas, ancianos y niños morían de hambre y familias enteras se suicidaban para escapar a la brutal explotación.

En Pentecostés de 1514 renunció públicamente a sus encomiendas y empezó a predicar contra todo aquel sistema.

Fue con Montesinos a Sevilla en 1516; ambos iban a "amonestar al rey" de que la conquista y la esclavitud estaban acabando con los naturales, por lo que solicitaban reformas profundas. Muerto el rey Fernando, presenta sus memoriales "Abusos"y "Remedios" al Cardenal Cisneros, pidiendo que los indígenas vivan en pueblos con tierras comunes, organizados por un administrador, pagando tributos a la corona. Fue nombrado "Protector de los indios".

En 1517 presenta al nuevo rey Carlos I un proyecto para repoblar el continente con labradores en lugar de soldados. Salió con muchos campesinos hacia Venezuela, pero casi todos le abandonaron para dedicarse a la lucrativa trata de esclavos. Unos indios se levantaron y mataron a algunos frailes y oficiales. Tuvo que renunciar a su plan de colonización pacífica. Su proyecto de "comunidades", años después se transformó en el "corregimiento" o pueblo libre bajo la corona.

Frustrado en sus planes, en 1522 ingresó a la Orden Dominicana en Santo Domingo, capital de La Española. Por seis años estudió ampliamente -en Vega Real- teología, patrística y sagrada escritura, y luego fue nombrado prior en Puerto Plata. Desde allí escribe cartas apasionadas al Consejo de Indias, denunciando la trata mortífera a los naturales. Esto da lugar a una ley en 1530 prohibiendo la esclavitud de los indios. Sus sermones pidiendo buen trato e incluso la libertad de los indios, fueron considerados 'escandalosos' por muchos españoles, así como sus consejos en el confesionario, y se quejaron a las autoridades, por lo cual la Audiencia le prohibió predicar por dos años. Entonces fue juntando material para su vasta "Historia general de las Indias".

Junto con otro fraile fue a visitar en su campamento a Enriquillo, un indio guerrillero, y le convencieron de que abandonase su posición. Así demostró que con amor se podía atraer a cualquiera a la fe cristiana. A raíz de esta experiencia compuso su primer gran tratado: "El único modo de atraer a todas las gentes a la verdadera fe". En él expone que los naturales eran seres racionales y muy capaces. Y que la conquista a fuego y espada era un método equivocado. La conversión debía ser fruto de la prédica y del buen ejemplo, con respeto a los derechos de los nativos, sobre todo su libertad y su propiedad.

En 1531 escribe un largo "Memorial para el Consejo de Indias" y se fue secretamente a España, regresando con una ley favorable a los nativos; luego salió a presentarla en México y después en Perú. Las Casas pide luego que le dejen repetir la experiencia pacificadora en Tezulutlán (tierra de guerra), Guatemala, y con los padres Cáncer y Angulo se internó en la zona, obteniendo su conversión en apenas dos años, en base a exponer en su lengua las verdades de la fe con versos, música y canto; no se derramó ni una gota de sangre. Aquella zona es llamada desde entonces Verapaz.

A fines de 1539 vuelve a España para buscar más misioneros y sigue cabildeando a favor de los indígenas. De modo que en 1542 una Junta Magna en Valladolid publica las famosas Leyes Nuevas de Indias, inspiradas en su pensamiento, que no gustaron a las autoridades del Nuevo Mundo, que hicieron todo lo posible por no cumplirlas y desacreditar a su inspirador. Por este tiempo acabó de escribir su "Brevísima relación de la destrucción de las Indias". Como en todas sus obras, demuestra una gran erudición: manejo de autoridades clásicas, así como un conocimiento detallado -por lo que él vio o por lo que le contaron de primera mano-, que respalda sus afirmaciones (a pesar de lo cual fue tachado de exagerado, porque las cifras y datos son verdaderamente escalofriantes).

Su pensamiento de avanzada llega a afirmar que es preferible que los indígenas anden desnudos y adoren a sus dioses, e incluso tengan sus sacrificios humanos de buena fe, antes que hacerles la guerra cruelmente y despojarles de sus tierras, de sus valores y de su dignidad, lo cual demuestra un pensamiento más atrasado, sustentado en la fuerza bruta. Admira las grandes ciudades, el orden político y social de las sociedades americanas, el carácter agradable y pacífico de las gentes, frente a la brutalidad, el egoísmo y la mentira de los conquistadores. Por eso algunos en España le acusaron de antipatriota, en lugar de percatarse de dónde estaba la verdad.

Fue elegido para obispo de Cusco, en Perú, pero rehusó, diciendo que él sólo obraba por servir a Dios y a Su Majestad y no por buscar mercedes. Poco después fue obligado a que aceptase el nombramiento de obispo de Chiapas, siendo consagrado en 1544 en Sevilla. Llegó con 45 frailes dominicos y un equipo laico de 5 personas, el mayor contingente misionero jamás reunido hasta entonces. Quería hacer una diócesis modelo. Vivía pobremente, vestido con su hábito blanco, comiendo poco para no recargar sobre las gentes, etc. Y tuvo el consuelo de que ya otros frailes, como los franciscanos, aceptaban sus ideas liberadoras. Pero las personas 'importantes' le hacían la vida imposible, cegados por la ambición y la prepotencia, amenazando incluso con matarle, por lo cual renunció en 1547 (residió en Chiapas poco más de seis meses) y regresó a España, para entrevistarse con el príncipe Felipe. En ese intervalo estuvo consagrando obispo, en Gracias a Dios (Honduras) a Mons. Antonio Valdivieso OP, obispo de León (Nicaragua). Estuvo en Granada y en El Realejo, Nicaragua, donde intentó armar una expedición evangelizadora al Perú, que parece no llegó a su fin.

En 1550 tuvo grandes discusiones con el teólogo esclavista Sepúlveda; en esas discusiones siempre contó con la ayuda de sus hermanos dominicos, como Melchor Cano, etc. Siempre estaba escribiendo, retirado en algún convento, escribiendo cartas a numerosos personajes o presentando ponencias en alguna Junta real. Y era frecuentemente consultado en la Corte sobre cuestiones de América.

Murió santamente en 1566, en el convento de Atocha (Madrid), a los 82 años. Discutido y calumniado por algunos, la posteridad le ha hecho justicia, viendo en él a un insigne evangelizador de los pobres (los indígenas) y a un incansable luchador por la justicia. En sus últimos tiempos lamentó amargamente el que durante un tiempo había aceptado la esclavitud de los negros, para reemplazar a los indígenas en los trabajos pesados, aunque luego se arrepintió y pensó siempre lo contrario: que la dignidad es igual para todos los seres humanos. Creyó, como siempre, que había fracasado, pero, como siempre también, su efecto fue positivamente incalculable.

Es un ejemplo para todos, pues contó con armas poderosas: un vasto conocimiento de América, dominio del derecho y la teología, elocuencia abrumadora, pluma fácil y una fuerza de voluntad incansable. Durante su larga vida "fue sucesivamente sacerdote, fraile, obispo, obispo jubilado y estadista en la Corte. Defendió la causa de los indios ante cuatro soberanos españoles; influyó en las decisiones de tres papas; fue ayudado por oficiales, juristas, caciques nativos. Escribió miles de páginas, compareció ante incontables comisiones, redactó leyes protectoras, cruzó el Atlántico al menos diez veces. En total, Bartolomé de las Casas consumió 'cincuenta años mortales' dirigiendo quizás el mayor esfuerzo para los derechos civiles y la justicia racial en la historia de la humanidad" (Helen Rand Parish).